Hablar o hacer referencia a la Cofradía es hacerlo, ante todo, de sus Imágenes Titulares puesto que, además de conformar uno de los principales ejes de la vida de la Cofradía y una de sus razones de ser, cumplen una función catequética de primer orden.
Las imágenes sagradas constituyen en la liturgia católica un preciado símbolo, una idealización de los sagrado, una ayuda para visualizar el misterio, para hacerlo plásticamente tangible. Como señalaba el pontífice Juan XXIII, en ellas «los valores espirituales se hacen como visibles, más acomodados a la mentalidad humana, que quiere ver y palpar» [1].
En nuestro caso concreto, la veneración se materializa hacia uno de los Misterios de la Pasión de Nuestro Señor, así como una advocación concreta de la Santísima Virgen.
El culto a las imágenes.
La historia y legitimación del culto a las imágenes es algo que nace con la propia Iglesia. Los Santos Padres encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado, «imagen del Dios invisible» (Col 1,15), el fundamento del culto que se rinde a las imágenes sagradas: «ha sido la santa encarnación del Hijo de Dios la que ha inaugurado una nueva economía de las imágenes».
Fue especialmente el Concilio de Nicea II en el 787, el que «siguiendo la doctrina divinamente inspirada de nuestros Santos Padres y la tradición de la Iglesia Católica», defendió con fuerza la veneración de las imágenes sagradas, tal y como demuestra las palabras del Papa Adriano I: «De manera que en todo el mundo en donde florece el cristianismo, las sagradas imágenes sean veneradas por los fieles; esto es, que a través de la figura visible, nuestras mentes sean arrebatadas espiritualmente hacia la invisible divinidad de su grandeza, según la carne que el Hijo de Dios se dignó a asumir para nuestra salvación, y adoremos a nuestro Redentor, que vive en el Cielo, y glorificándole en el Espíritu, le alabemos como está escrito: Dios es Espíritu, y admitiendo esto, adoremos espiritualmente su divinidad y no nos suceda que las imágenes, como algunas desatinan, las convirtamos en dioses; porque nuestro trabajo y el empeño que ponemos son para el amor de Dios y de los Santos, y así como la Sagrada Escritura conserva las imágenes para memoria de veneración, así también las tengamos nosotros, guardando, sin embargo, constantemente la pureza de nuestra fe» [2].
Siglos más tarde, el Decreto sobre las Sagradas Imágenes dictado en la sesión XXV del Concilio de Trento, refuerza el valor de las mismas: «no porque se crea haber en ellas divinidad o virtud alguna por la que merezcan el culto, o porque se les deba pedir alguna cosa, o que se haya de poner la confianza en las imágenes, como antiguamente hacían los gentiles, que fundaban su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se tributa a las imágenes se refiere a los prototipos que ellas representan, de tal manera que, por medio de las imágenes que besamos y en cuya presencia nos descubrimos y arrodillamos, adoramos a Jesucristo y veneramos a los santos cuyas semejanza ostentan, todo lo cual se halla sancionado por los decretos de los concilios, y en especial por los del segundo de Nicea contra los impugnadores de imágenes». [3]
La veneración de las imágenes, sean pinturas, esculturas, u otras representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad popular. Sin embargo, tal y como recuerda el “Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia” [4], la veneración de las imágenes, si no se apoya en una concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones, por lo que las imágenes son:
• Traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que las imágenes «estén de acuerdo con la letra del mensaje evangélico».
• Signos santos, que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente; las imágenes de los Santos, de hecho, «representan a Cristo, que es glorificado en ellos».
• Memoria de los hermanos Santos «que continúan participando en la historia de la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental».
• Ayuda en la oración: la contemplación de las imágenes sagradas facilita la súplica y mueve a dar gloria a Dios por los prodigios de gracia realizados en sus Santos.
• Estímulo para su imitación, porque «cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en estas imágenes, tanto más se aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que allí están representados»; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla con los ojos: una «imagen verdadera del hombre nuevo», transformado en Cristo mediante la acción del Espíritu y por la fidelidad a la propia vocación;
• Forma de catequesis, puesto que «a través de la historia de los misterios de nuestra redención, expresada en las pinturas y de otras maneras, el pueblo es instruido y confirmado en la fe, recibiendo los medios para recordar y meditar asiduamente los artículos de fe».
Por lo tanto, es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es algo que dice relación a otra realidad, teniendo siempre presente, como decía el Concilio de Trento, que la imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa.
El cofrade ante sus imágenes.
No es que la experiencia del cofrade ante su imagen sea superior a las de otras personas tales como místicos, que por su privilegiada facilidad de comunicación directa con la divinidad no necesita de intermediarios, o intelectuales, que ven la imagen como un objeto erudito, con cierto valor artístico o histórico. Desde luego, lo que sí es cierto es que para el cofrade tiene unos ingredientes exclusivos que constituyen un referente de su práctica religiosa y que, además, contribuyen a hacer más humana y entrañable la condición de la propia persona: ante ellas acude en caso de enfermedad o necesidad, frecuenta su visita para orar o meditar en su presencia; las imágenes presiden el hogar y raro es encontrar el cofrade que no lleve una estampa de su Cristo o su Virgen (con el uso del posesivo incluido).
Pero además, el cofrade también ve reflejadas en ellas multitud de momentos de su propia vida como cuando salió por vez primera acompañándolas por las calles de la ciudad, o recordando a ese familiar querido ya fallecido que pudo transmitirle la devoción por ellas y la pasión por la Cofradía, o ese hermano de la Cofradía que en su enfermedad o mientras convalecía en un hospital fijó en su cama una foto de su titular.
Notas de Referencia:
[1] Juan XXIII: “Discurso a la IX Semana de Arte Sacro”, de 28 de octubre de 1961.
[2] “Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio”. C 1056-172. Recogido entre los documentos eclesiásticos sobre arte por J. Plazaola, S.I., “El Arte Sacro actual” (BAC, Madrdid 1964, pág. 507).
[3] “Conciliorum Oecumenicorum Decreta”, Centro di documentaciones, Istituto per le Scienze Religiose, Bologna, 1962. Recogido por J. Plazaola, S.I., Ob. cit, pág. 546.
[4] Reproducción textual extraída del “Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia” de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (Sede Vaticana, 2002, cap. 238-244).
El texto "El culto a las Imágenes" creado por David Beneded Blázquez para www.jesusdelahumillacion.org, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 3.0 España. Zaragoza, 2007-2017.
Fotografía principal: nuestras imágenes titulares en su exposición al culto en la Parroquia de San Felipe (fotografía de David Beneded). Fotografías secundarias: “María Santísima de la Amargura” expuesta al culto (fotografía de David Beneded); un devoto acerca su mano a las de “Jesús de la Humillación” (fotografía de Jorge Sesé); “Jesús de la Humillación” expuesto al culto (fotografía de David Beneded).