La Cofradía es una “Asociación Pública de Fieles” constituida por laicos y aprobada por la Iglesia, por lo que no es un ente autónomo e independiente que camina por libre, desconectada de la Iglesia Diocesana o de la comunidad parroquial. Todo lo contrario, siempre debe buscar la comunión y la comunicación con las otras Hermandades y Cofradías, con los demás grupos cristianos, con la Parroquia, con el Arzobispado, con todos los que buscamos el Reino de Dios.
Las entrañas cristianas de nuestro pueblo se han manifestado siempre y se siguen explicitando en las cofradías y hermandades, máximos exponentes de lo que se ha llegado a llamar “religiosidad popular”. Un modo de vivir la religión que forma parte, indudablemente, de la vida y comunidad de la Iglesia. Decir lo contrario sería una burda estupidez, venga de quien venga.
Pablo VI en su Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi”, carta magna de la evangelización, señala adecuadamente los riesgos y posibilidades de este fenómeno: «la religiosidad popular, cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción… Bien orientada, puede ser un verdadero encuentro con Dios». [1]
Las hermandades y cofradías, y obviamente la nuestra no es una excepción, han nacido y lo seguirán haciendo en la Iglesia, desarrollando toda su actividad en la Iglesia y desde la Iglesia porque su propia finalidad no es ajena a la misión y a los objetivos que tiene Ésta.
La Iglesia, por lo tanto, lleva en su seno a las cofradías y las siente formando parte de su ser y de esta manera, a través del “Directorio de la piedad popular y la liturgia”, «reconoce a las cofradías» y «aprecia sus fines y actividades», pidiéndonos, al mismo tiempo que «evitando toda forma de contraposición y aislamiento, estén integradas de manera adecuada en la vida parroquial y diocesana» (nº 69).
Por lo tanto, la Cofradía no puede comportarse como una peña (cultural, gastronómica, deportiva o de otra naturaleza) ni como una empresa ni tampoco como trampolín de lanzamiento para el propio prestigio o brillo de una determinada sociedad. Se debe comportar como una asociación de fieles, es decir, de mujeres y de hombres bautizados, que, en cuanto tal, se proponen buscar y realizar el compromiso de santidad personal por el camino de dar verdadero culto a Dios, a Cristo, a María o a los Santos, y de realizar las obras de caridad más diversas a favor de los más desfavorecidos. Y todo ello, desde la experiencia de una verdadera hermandad cristiana.
Se puede intuir con lo dicho que la primera y fundamental condición para pertenecer a la Cofradía no puede ser ni la simple tradición familiar, ni el atractivo de tocar el tambor o el bombo, ni el número de amigos o conocidos que la componen, ni siquiera la devoción que se le pueda tener a una de nuestras imágenes titulares. La condición básica, que debe ser al mismo tiempo la motivación determinante para ser miembro de la Cofradía, es la de ser bautizado, considerando que el Bautismo no es otra cosa más que el compromiso serio y personalmente asumido de vivir inserto en la vida de la comunidad eclesial como miembro vivo y activo de la misma ya que al recibir este sacramento el cristiano no sólo pertenece a la Iglesia sino que es Iglesia. [2]
Porque somos todos los bautizados quienes formamos la Iglesia. Somos los “colaboradores” de Dios; somos el pueblo de Dios que se reúne, partiendo de la fe comunitaria; como hermanos, para la unión fraterna y escucha de la palabra; con la misión de hacer presente el Reino de Dios en la tierra, que ya ha comenzado, mediante nuestro ejemplo de vida, dando testimonio de verdad, justicia, paz, libertad, amor, fraternidad.
La Iglesia no sólo es la jerarquía eclesiástica, ni los curas, los frailes y monjas. Iglesia, también somos nosotros. Iglesia es nuestra Cofradía. Iglesia eres tú: todos estamos en la misma barca y todos somos responsables. Decía Pío XII, que «los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia». [3]
Aquí nadie puede ser espectador, nadie puede lavarse las manos. Por eso, todos tenemos que sentir los defectos y triunfos de la Iglesia. Todos estamos llamados a construir Iglesia, a cambiarla, a amarla. Todos estamos invitados a realizar la misión de Jesús.
Sabemos que en la Iglesia siempre habrá fallos, porque la formamos humanos y tiene que dejarse revisar constantemente por Jesús y su Evangelio No tiene que obedecerse a sí misma, a sus tradiciones, sino a Dios. Y aunque sea comunidad de iguales y hermanos, dentro de ella existen distintas funciones o servicios, diversos ministerios, carismas que le llama San Pablo. Y cada uno, desde su posición, debe construir y contribuir. Nosotros, los cristianos, somos los que tenemos que trabajar por y con la Iglesia, mediante la oración, la celebración comunitaria y la manifestación a los demás del mensaje de Jesús, con un compromiso de acción. Y ese trabajo hacerlo de forma colectiva, compartida. No podemos actuar cada uno por libre y a nuestra manera sino que tenemos que trabajar en grupo, al igual que en la Cofradía no va cada cofrade desfilando por donde quiere, sino que hay que estar organizados.
Debemos seguir pues el ejemplo de Jesús que se reunió con los apóstoles, convivió con ellos y así constituyó la primera comunidad y por ello, la pertenencia a la Cofradía supone adquirir un compromiso espiritual y apostólico, que se debe reflejar en un ardor evangelizador. Y también tenemos que tener claros cuáles son los criterios de discernimiento y reconocimiento que debe tener la Cofradía como asociación de fieles. Criterios de “eclesialidad” que siempre debemos tener desde una perspectiva de comunión y unión con la Iglesia y que se podrían resumir de la siguiente manera [4]:
- El primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad, y que se manifiesta «en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles» como crecimiento hacia la plenitud de la vida cristiana y a la perfección en la caridad. En este sentido, todas las asociaciones de fieles laicos, y cada una de ellas, están llamadas a ser (cada vez más) instrumento de santidad en la Iglesia, favoreciendo y alentando «una unidad más íntima entre la vida práctica y la fe de sus miembros».
- La responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y proclamando la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, en la obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente. Por esta razón, cada asociación de fieles laicos debe ser un lugar en el que se anuncia y se propone la fe, y en el que se educa para practicarla en todo su contenido.
- El testimonio de una comunión firme y convencida en filial relación con el Papa, centro perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el Obispo «principio y fundamento visible de unidad» en la Iglesia particular, y en la «mutua estima entre todas las formas de apostolado en la Iglesia». La comunión con el Papa y con el Obispo está llamada a expresarse en la leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales. La comunión eclesial exige, además, el reconocimiento de la legítima pluralidad de las diversas formas asociadas de los fieles laicos en la Iglesia, y, al mismo tiempo, la disponibilidad a la recíproca colaboración.
- La conformidad y la participación en el «fin apostólico de la Iglesia», que es «la evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de su conciencia, de modo que consigan impregnar con el espíritu evangélico las diversas comunidades y ambientes». Desde este punto de vista, a todas las formas asociadas de fieles laicos, y a cada una de ellas, se les pide un decidido ímpetu misionero que les lleve a ser, cada vez más, sujetos de una nueva evangelización.
- El comprometerse en una presencia en la sociedad humana, que, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre. En este sentido, las asociaciones de los fieles laicos deben ser corrientes vivas de participación y de solidaridad, para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad.
Notas de Referencia:
[1] Pablo VI: Carta Encíclica “Evangelii nuntiandi”, 48
[2] Calero de los Ríos, Antonio María: “La Eclesialidad de las Hermandades”. Boletín de las Hermandades de Sevilla, nº 500, pág. 27.
[3] Pío XII, discurso 20 Febrero 1946; citado por Juan Pablo II, “Christifideles Laici”, 9.
[4] Juan Pablo II: “Christifideles Laici”, nº 30
El texto "Asociación Pública de Fieles" creado por David Beneded Blázquez para www.jesusdelahumillacion.org, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 3.0 España. Zaragoza, 2011-2017.
Fotografía principal: desarrollo de la “Celebración de la Palabra” previa al Pregón de la Semana Santa 2011 organizado por nuestra Cofradía en la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal (Tomás Vela). Fotografías secundarias: jóvenes hermanos de la Cofradía portando la Cruz de las “Jornadas Mundiales de la Juventud” a su paso por la Parroquia de San Felipe en diciembre de 2010 (fotografía de David Beneded); El Exmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Zaragoza durante la misa de acción de gracias por nuestro 25º aniversario fundacional (fotografía de Jorge Sánchez); desarrollo de uno de los cultos de la Cofradía en la Parroquia de San Felipe (fotografía de Ángel Beneded).